A principios de enero en cada esquina de mi barrio se instaló una pintoresca cuadrilla de Multicanal cargando rollos de cable y escaleras extensibles. Algunas (las menos) estacionaban una camioneta con todos los logos y marcas: Multicanal, Flash Cablemodem -la banda ancha del grupo Clarín, logotipos y colores por doquier. Otras -se ve que la mayoría eran subcontratistas- llegaban en un Falcon desvencijado o en una camioneta Rambler con una pieza de carrocería de cada color. Todas sin embargo desplegaban una frenética actividad y avanzaban de esquina en esquina como un eficaz ejército de ocupación.
El motivo: la banda ancha del grupo Clarín había decidido ampliar su área de cobertura y acompañaba su despliegue con tentadoras ofertas.
En esos días me llamaron para ofrecerme el servicio: de todas las opciones, había dos con una bonificación especial, el servicio básico de 128Kbps y el de 1Mbps, este último a $39,90 durante varios meses. La tercera parte de lo que pago por speedy a 256Kbps, pensé. Y decidí cambiarme.
Los motivos fueron sólo económicos: pocas veces tengo necesidad de transferencias “pesadas”, aunque la cuadruplicación de velocidad siempre es un plus interesante.
A mediados de enero ya estaba navegando por cablemodem, mientras trataba de completar la ardua tarea de dar de baja el servicio de Speedy: “¿Tiene alguna queja que motive su solicitud de baja, señor?”, “No, señorita, nunca tuve dificultades -es cierto- pero me han ofrecido un servicio que me conviene más”, “Entonces podemos ofrecerle nuestra súper rebaja por todo el próximo siglo”, “Señorita, lo lamento, me hubieran ofrecido la rebaja cuando aún era cliente y quizás lo hubiera considerado”, “Pero no sabíamos que estaba considerando el cambio de servicio”, “Señorita, ya contraté el nuevo servicio, ¿me hace el favor de tomar la solicitud de baja?”. Cuando terminaba esta conversación me ilusionaba con haber concluído mi relación comercial con Speedy, pero me desengañaba al día siguiente cuando un nuevo operador me llamaba para confirmar el pedido de baja y repetía la misma cantinela.
Al principio el servicio de Cablemodem marchaba sobre ruedas. Las pruebas de velocidad eran satisfactorias, la navegación iba viento en popa y las tasas de transferencia no dejaban de sorprenderme. Actualizar mi sistema operativo (Mandriva 10.1) nunca había sido tan rápido.
A principios de febrero comencé a notar que la navegación comenzaba a tener, en ocasiones, viento de frente. De pronto, sin aviso, tuve un déjà vu: volví a esa antigua era en que las páginas web primero -y de a tramos- cargaban el texto, luego acomodaban el texto en su lugar, y finalmente, una a una iban apareciendo las imágenes en pantalla. Desde la época de mi viejo módem telefónico de 14.4Kbps (¡70 veces más lento!) que no pasaba por esa experiencia.
Cuando pasaron unos días y se tornó evidente que el problema no era pasajero, llamé al servicio técnico. Al operador mucho no le gustó cuando a su pregunta de “qué versión de Windows usa” la respuesta fue “ninguna”, pero superado ese escollo me indicó que entrara a un sitio de pruebas de la empresa y descargara un conjunto de archivos tomando nota de la tasa de transferencia en cada caso, y que volviera a llamar.
La bajada de dos archivos ubicados en los servidores de la empresa arrojó resultados alentadores: los dos superaron con creces los 100 kb/s, sin embargo la prueba con dos archivos ubicados en Estados Unidos fue decepcionante: 38 kb/s el primero y 12 kb/s el segundo. Llamé con estos datos y me tomaron el reclamo: lleva el número 5119905 por si a alguien le interesa, y me dijeron que en unos tres o cuatro días debía estar solucionado.
El 17 de febrero esos tres o cuatro días ya habían pasado largamente, así que decidí repetir las pruebas (la descarga internacional seguía en los mismos niveles, la nacional había descendido a 80 kb/s) y llamé. Mi interlocutor me regañó: “Ha entendido mal, señor, no le dijimos que su problema iba a estar solucionado, sino que el día 20 lo íbamos a llamar para presentarle un informe detallado de la falla”. Un fin de semana no me iba a cambiar la vida, así que decidí no molestarme y esperar el lunes 20. Sin embargo, al lunes 27 de febrero aún no había recibido llamada alguna.
Mientras comenzaba a impacientarme por la exasperante lentitud en la carga de las páginas más simples, recuerdo la promesa pendiente y vuelvo a llamar, no sin antes volver a medir la velocidad de descarga: menos de 50 kb/s en las nacionales, menos de 10 kb/s en las internacionales. La paloma mensajera ya podía competir con mi correo electrónico.
“Disculpe la demora, señor, es que lo hemos llamado y nadie contestó”. Curioso que eso sucediera en la única semana al año en que hubo gente las 24 horas del día en mi casa. “Denos su teléfono y en unos minutos nos comunicamos con Usted para hacer unas pruebas”. Pasaron los minutos, formaron una hora, dos, tres, diez, el día entero y nada.
Mientras tanto, todos los días algún promotor de Flash Cablemodem, la banda ancha del Grupo Clarín, llamaba para ofrecer el servicio que ya había contratado.
Hoy, 2 de marzo, he vuelto a llamar. Realicé nuevamente las pruebas -no sé para qué, ya que no me lo preguntan-, siguen en los mismos valores patéticos que el lunes. El operador volvió a pedirme el teléfono (el mismo que tienen en mi solicitud, en mi contrato, en mi reclamo original y en el reporte de cada uno de los llamados posteriores, puesto que cada vez han vuelto a preguntarlo). Le dije, algo molesto, que ya había pasado por esa conversación el día 27, me replicó que no eran 10 minutos, sino 48 horas las requeridas para realizar esa llamada. Así que el día 4 a las 17.30 horas ampliaré este informe para contarles si ha sucedido o no el milagro.
Si alguno supone que mientras esto sucede me han ofrecido un descuento para cobrarme lo que corresponde a la conexión de 128Kbps (aunque la tasa de transferencia promedio es inferior a la que debería ser para ese servicio, en teoría 8 veces más lento que el que contraté) , pues supone mal.
Speedy, este es el momento para volver a seducirme.
Actualización al 6 de marzo: El sábado 4 me llamó una muy amable Jorgelina, me indicó que habían solucionado un problema que tenían en un enlace y que el problema de velocidad debía estar resuelto. Con ella al teléfono repetimos las pruebas, previo reinicio de la compu para garantizar que no hubiera servicios conectados a internet; las pruebas se extendieron a descargas adicionales de otro sitio, y comprobamos que mi conexión seguía yendo a paso de carreta. Jorgelina tomó nota de mi celular y prometió que en la semana volvería a recibir una llamada. Hoy se cumplen 20 días de mi reclamo original, sin soluciones ni compensaciones a la vista.
Actualización al 14 de marzo: El sábado 11 de marzo tocó timbre un muchacho, “servicio técnico de Multicanal”, y proclamó que venía a arreglar el módem. Comprobó vía web algunos valores, agregó un suplemento entre el coaxil y el modem, volvió a verificar y afirmó que el problema estaba solucionado. Mientras se disponía a irse repetí la bendita prueba de velocidad de descarga de archivos: “No está mal para una conexión de 128K”, dijo, “tené en cuenta que casi nunca lllegan al máximo”. “Claro”, le contesté, “eso sería bárbaro si mi conexión fuera de 128K, el problema es que es de 1024K, o por lo menos me cobran por eso”. El pibe dudó unos segundos y salió del paso con un “Bueno, de todas maneras lo que corresponde a Multicanal está arreglado, debe ser un problema de Ciudad Internet”. Conté hasta diez, recordé el consejo que José Masson me escribió en los comentarios, y no le dije que no me interesaba en absoluto la composición de la sociedad que me vendía el servicio ni cuál era la responsabilidad de cada parte, yo compré un servicio único, no dos ni tres. Que me ne frega quién pone el cable, quién la señal y quién el champagne a la hora de repartirse las ganancias, lo único que me interesa es que me solucionen los problemas que para eso me llegan puntuales las facturas de pago. Ah, la conexión mejoró, ahora la velocidad promedio es la mitad de la prometida. Todo un avance teniendo en cuenta que durante semanas fue inferior al diez por ciento. Creo que debería sentirme casi contento.