Hace unos días perdí mi teléfono celular. Era un coqueto Motorola V220i, pequeño, muy completo, con conectividad USB, un lindo telefonito, en definitiva.
Fue la tarde del siete a cero, de manera que su pérdida no hizo mella en mi ánimo. Esperé hasta el martes (esa semana el lunes fue feriado) y consulté a Movistar para ver si podía recuperar, al menos, mi número, y tramitar la compra de un teléfono nuevo.
El trámite fue de lo más sencillo: no sólo daban de baja de inmediato mi número y me lo reservaban para el nuevo equipo, sino que ellos mismos me lo vendían a precio razonable y en cuotas sin interés. Por cuestiones de disponibilidad de parte de Movistar, y de premura por mi parte, elegí un modelo Samsug C406, a $249 pagaderos en 12 cuotas de poco más de $20.
Nada mal, pese a que luego descubriría que tiene menos prestaciones que mi anterior modelo y que su software se ha desarrollado lejos del sentido común (exige engorrosas sucesiones de teclas para operaciones elementales, trae acento grave y diéresis pero no acento agudo -que es el que usamos los hispanohablantes, es decir: éste-, trae cámara de fotos pero limita el tamaño de los mensajes multimedia y por ende no es posible enviar las imágenes a un email -lo que sumado a su falta de conectividad hace de la cámara un accesorio inutil, etc.).
Como soy de perder o romper artefactos como un celular, presté atención cuando la señorita de atención telefónica me ofreció un seguro que cubría el 100% del costo de teléfono por rotura y el 50% en caso de extravío. Cuando me informaron del costo mensual del seguro creí haber entendido mal: $15 por mes (incluyendo impuestos, aclaró la vendedora). Es decir, que por un teléfono que me cuesta $20 por mes durante 12 meses, su seguro, que tiene una cobertura de sólo el 50% de su valor en caso de extravío, sale $15 por mes durante todo el tiempo que mantenga el mismo equipo.
En otras palabras, casi lo mismo que sale el seguro de robo e incendio de mi casa. Está bien, se trata de riesgos distintos diría un productor de seguros: el teléfono tiene muchas más posibilidades de extraviarse que una casa. Sin embargo, mi auto, un modelo viejo de aproximadamente $ 15.000, que no sólo puede ser robado sino que se suma al costo del seguro la posibilidad de atropellar, con una maniobra desafortunada, a un desprotegido peatón, o incluso a una familia entera de a pie, tiene un costo de seguro de $100 por mes: el 0,66% del valor del mismo. Y mucho, muchísimo menos del 0,66% del valor de la indemización por esa pobre familia de caminantes. Se podría argumentar que el celular es más fácil de robar o de perder, pero también es importante notar que por más puntería que tenga difícilmente pueda matar a alguien con mi pequeño Samsung. Y además que si desaparece mi auto, me pagan el 100% del mismo y no apenas el 50%
Una estafa, en definitiva. Cuando hace unos minutos me volvió a llamar una promotora para recordarme la oferta, se lo dije e intenté explicarle por qué usaba esa palabra tan fuerte. Que el costo de un seguro parcial sea del 7,5% del valor asegurado y que además, en el supuesto más probable, que es el de extravío o robo, me cubra la mitad del costo, me parece un desatino y una estafa. Para pagar $20 por mes por el equipo y $15 por el seguro, prefiero volver a pagar $20 el día que lo pierda (que sucederá indefectiblemente). Por cierto, no llegué a contarle todo esto porque la señal inexplicablemente se corrompió y la llamada terminó antes de tiempo.
O quizás mi ignorancia en temas de seguros me impida ver el negocio fabuloso que me pierdo. Si alguien entiende más acerca de esto, por favor, que me lo explique.